lunes, 28 de mayo de 2012

Lactancia y culpa

Una vez más este sentimiento de culpa. Esta vez, la lactancia. Os contaré mi experiencia, con la esperanza de que cada palabra escrita deshaga un poquito el nudo...
Debería empezar por el principio, aunque casi me avergüence de ello.
Antes de quedarme embarazada, antes incluso de saber si quería tener hijos (sí, hubo un tiempo en que dudé), creía tener clara mi opinión sobre la lactancia. "De acuerdo", pensaba, "es lo mejor para el bebé, pero es incómodo y me dejará un pecho horrible, así que el día en que decida tener hijos, no le daré el pecho", Sabía que era una decisión egoísta, pero aún así pensaba llevarla a cabo. Además, me molestaba enormemente toda esa gente que "obligaba" moralmente a las madres a dar pecho, tachando de "mala madre" a quien decidía no hacerlo. Hoy por hoy, sigo odiando las imposiciones, cualquiera. Evidantemente, mi opinión sobre la lactancia ha cambiado de forma radical, pero me gustaría que médicos, matronas, familias y demás, ayudáramos a esas madres primerizas, pero sin imponerles.
El caso es que encontré al hombre de mi vida y, con él, apareció el instinto maternal (¡aleluya!). Tuve claro casi desde el primer día que sería mi compañero de viaje, casi mi ángel de la guarda.
Tuve claro que, ahora sí, sería el padre de mis hijos.
A los cuatro años de relación, decidimos buscar el bebé. Vivíamos juntos, teníamos trabajo... Y mi instinto amenazaba con volverme loca si no me convertía en madre.
Tuvimos suerte, quedé embarazada al primer intento. Nunca olvidaré esa sensación. Antes incluso de obtener confirmación, supe que tenía una vida en mi interior. Mil cambios habían empezado ya. El primero, y más evidente, fue el pecho. Me miraba al espejo y pensaba... "dios santo, ¡si está perfectamente preparado para amamantar! ¿Cómo voy a ir contranatura? ¿Qué más da la comodidad y mi propia belleza? Lo más importante es esta criatura... ¿cómo voy a negarle lo mejor de mí? "
Decidí en ese mismo momento que, contra todo pronóstico, le daría pecho a mi bebé. Ahora sé que ahí, con apenas unos milímetros de vida en mi vientre, ya me había convertido en madre (en el sentido más amplio de la palabra).
Desgraciadamente, a las siete semanas sufrí un aborto natural. La peor experiencia de mi vida. Quienes lo hayáis sufrido sabréis comprenderme... No me extenderé en esa tristeza. Quiero creer que no era el momento. Siempre pensé que todo en esta vida pasa por algo.
Así que, pasado el tiempo de rigor, volvimos a intentarlo. Y, otra vez, quedé embarazada al primer intento. El miedo se apoderó de mí desde el minuto uno, y no me abandonó en 38 semanas... Pero, por suerte, a los nueve meses nació mi pequeña. Os ahorraré las 12 horas de parto extremadamente doloroso.
Pedí que me pusieran a la pequeña al pecho nada más salir. No lo hicieron. Había habido alguna complicación y era necesario revisar que estuviera todo bien. De acuerdo, no seré yo quien se niegue.
No puse a mi niña en mi pecho hasta 4 horas después de nacer. Nadie me dijo cómo hacerlo. Me dejé guiar por mi instinto... Y fue maravilloso. Ahora sé que no comió, pero aún así, nunca olvidaré esa sensación. Una matrona vino a "enseñarme" al día siguiente. Ojalá hubiera venido antes, pero le estoy inmensamente agradecida, necesitaba esos consejos.
A partir de ahí, ningún problema, al menos para darle. Pero fueron dos meses dolorosos.
El pecho me dolía horrores, la pequeña "echaba" casi más de lo que comía (o eso me parecía), mi obsesión por que "no me vieran" limitaba todo mi día, me costaba sentir ese "vínculo" del que tanto había oído hablar...
Hasta que, de repente, a los dos meses (y tras numerosos amagos de tirar la toalla), todo empezó a ser maravilloso. No había mejor momento en el día que ese momento, nuestro momento. Dejé de sentirme esclava para sentirme única. Ya no dolía, al contrario. La peque había "aprendido", y yo también.
Por desgracia, este paraíso duró poco. Mes y medio después, probablemente mal aconsejada, empecé a probar biberón. Debía incorporarme al trabajo, la peque pasaría muchas horas sin mí, era "imprescindible" que "se acostumbrara" al bibe.
Tampoco olvidaré nunca esa sensación de desapego al darle el primer bibe. Sentí cómo me la arrancaban, casi literalmente, de mis entrañas. Lloré mucho, muchísimo. Ojalá ella no lo hubiera aceptado. Ojalá no hubiera insistido yo.
El caso es que, unos bibes después, mi niña los bebía perfectamente. Decidí no perder, al menos, nuestro momento en la noche. Quería con toda mi alma mantener la lactancia todo lo posible... aunque fuera mixta.
Quince días duró. Mi niña ya no quiso pecho. Se retiraba, lloraba, pedía cada hora...
Una vez más, puede que mal aconsejada, creí entender que no tenía leche ya. Es posible que así fuera, no soy experta en la materia.
Con todo el dolor de mi corazón, retiré la lactancia. No tuve subida extra. Nada de dolor, al menos físico. El psicológico es otra historia... No hay día, aún hoy, en que no me arrepienta de haber tirado la toalla tan pronto.
Y, aunque intento no pensar en "qué hubiera pasado si"... creo que podría haber aguantado un poco más. A día de hoy, dos meses después de ese mal trago, no puedo evitar cierta "envidia" cada vez que veo una madre dando pecho.
Me sorprendo a mí misma dándole el bibe en posición de lactancia natural.
Se me siguen saltando las lágrimas con cada bibe.
Me invade un sentimiento de culpa, porque seguro que pude hacer algo más.
Nadie me lo dijo. Nadie me aconsejó seguir insistiendo.
Descubrí artículos y libros cuando ya era tarde.
Estoy orgullosa de haberle dado lo mejor durante casi cuatro meses, pero cada vez que leo lo buenísimo y fundamental que es la lactancia prolongada, una punzada me atraviesa el corazón.
Yo QUISE mantener la lactancia, pero no pude, o no supe, eso ya da igual.
Intento aconsejar (nunca imponer) a mis amigas embarazadas o nuevas mamás, para que no corran la misma (mala) suerte que yo. Y no puedo evitar preguntarme... ¿por qué no me habló de lactancia el pediatra? ¿ni la ginecóloga? ¿por qué nadie me dijo que siguiera insistiendo?
Si todos sabemos que es lo mejor... ¿por qué no ayudamos a las madres primerizas? ¿qué está fallando?

lunes, 21 de mayo de 2012

¿Conciliación?

Te diré qué es conciliación para mí.
Conciliación es despertar cada mañana y llenarme de su sonrisa.
Conciliación es darle el desayuno, mecerla en mis brazos hasta que se relaja por completo.
Conciliación es jugar en el suelo, cantarle los cinco lobitos, morir de amor en cada una de sus carcajadas.
Conciliación es pasear para enseñarle el mundo. Disfrutar del aire en la cara, visitar a sus futuros "compañeros de juego", observar cómo se relacionan entre sí, cómo se columpian, cómo se "roban" los cubos, las palas, las pelotas.
Conciliar es darle sus primeras papillas, desistir ante las arcadas, conseguirlo al cabo de dos días.
Conciliar es saber descifrar qué significa ese llanto casi apagado... y acostarla para que duerma tan necesaria siesta.
Conciliar es empaparnos juntas, a la hora del baño, entre risas y canciones.
Conciliar es, por supuesto, sentir cómo cae rendida en brazos de Morfeo, justo a esa hora en que sabes, por su inquietud, que no puedes alargar ni un segundo el juego.
Conciliar es casi no tener tiempo para vestirme, peinarme o teñirme el pelo, a cambio de ser testigo en primera línea de sus "primeras veces".
Conciliar es no tener nunca la sensación de que me pierdo lo más importante.
Conciliar es no tener que echar la vista atrás, dentro de unos años, y arrepentirme de no haber estado.

Dirás, con razón, que no nombré ni una sola vez el trabajo en este post. Efectivamente, no tuve intención de nombrarlo. Porque, a pesar de ser imprescindible (en esta maldita sociedad en que todo se compra, y se vende), para mí, no es importante. Al menos, es mucho menos importante que todas esas cosas que te he contado.
Desgraciadamente, mi trabajo me impide conciliar (no pienses en qué es para ti conciliar, sino en lo que acabo de explicarte). A las 6 de la mañana suena el despertador. Antes de las 7, estoy saliendo por la puerta de casa. Como podrás adivinar, ya no me lleno de su sonrisa mágica al despertar. Ya no le doy el desayuno, ni la mezo, ni calmo su llanto, ni juego en el suelo, ni disfrutamos del aire en la cara, ni tantas cosas...
Sí, a las 17h estoy en casa. Con un poco de suerte, llego para la merienda (al menos una de sus papillas se la da mami). Ahora que hace buen tiempo, aún nos queda "algo" de tiempo antes de la hora del baño. Lo aprovechamos al máximo. Un paseo, un poco de juego, sonrisas, canciones...
Poco más. Antes de las 20h, mi niña ya cae rendida, su cuerpecito pide dormir.
Y tengo la suerte de acostarla, después de su último bibe. No hay nada más placentero que verla dormirse en mis brazos, abandonarse, feliz, llena de paz.
Así, hasta el día siguiente. Otra vez, el despertador sonará a las 6, y me perderé todo...
No, señores, mi trabajo no me hace sentir realizada (por mucho que disfrutase con él antes de ser madre).
Lo que me llena, lo que me hace sentir mujer, lo que me hace feliz, es ser cómplice del día a día de mi niña. Sentir que no se me escapa nada, que crecemos al unísono.
Por eso, para mí, la conciliación es pura utopía.

P.D. Salve decir que hoy por hoy, con la que está cayendo, puedo sentirme afortunada por gozar de jornada "reducida" en un trabajo fijo, en una empresa en la que llevo 12 años y con el apoyo de mis compañeros. Para muchos, esto ya sería conciliar. Para mí, no. Aún a riesgo de ser tachada de retrógrada (en el mejor de los casos), yo lo único que quisiera es ser madre a tiempo completo. Nada más. Nada menos.

jueves, 17 de mayo de 2012

Con un nudo en el estómago

Hace seis meses me encontré. Me convertí en madre. No soy yo desde entonces. Ni quiero ser yo (ese yo antes de mi bebé).
Nunca he sido tan feliz. Nunca tan poco (una sonrisa, una mirada, un sonido) me había llenado tanto. Me siento plena, me siento realizada... Me siento grande.
Pero un nudo en el estómago acompaña a tanta dicha. Día a día, ese nudo iba nublando mi felicidad. Al fin, seis meses después, he descubierto a qué se debe. Por supuesto, también es miedo. Miedo a no saber, temor a equivocarme, a su sufrimiento...
Pero más allá de ese miedo, totalmente natural y, si me apuras, muestra del amor más inmenso, ese nudo es fruto del "ir a contracorriente".
Había dedicado demasiados esfuerzos a "hacer entender" al mundo por qué ser madre está por encima de todo. Por qué he dejado de pensar sólo en mí. Por qué estoy tan orgullosa de mi maternidad. Por qué hago única y exclusivamente lo que dicta mi instinto, por qué no "hago caso" de libros casi bíblicos (según ellos) de doctrinas infumables.
Demasiadas energías desperdiciadas. Mi tiempo vale mucho, mi niña lo necesita mucho más que toda esa gente.
Casi me da apuro reconocer que ha sido gracias a Twitter que he descubierto que soy "normal", lejos del bicho raro en que se empeñan en convertirme. He descubierto que no voy contracorriente, porque esa corriente que nos arrastra no es la única verdad (para mi tranquilidad y cordura).
He descubierto que no estoy obligada a dejar llorar a mi pequeña ("por su bien"). Ya me lo decía mi instinto, ya, pero descubrir que hay más mamis que sienten igual... No deja de ser reconfortante.
He descubierto una "tribu" de mamis que sienten, como yo, que sólo su propio corazón debe dictar las normas. Que los niños necesitan mucho más amor que disciplina. Que el apego, eso tan lógico y "animal", no es nada malo, muy al contrario. Que mecer a mi pequeña en mis brazos es tan bueno como yo misma sentía (una vez alejado el sentimiento de culpa creado por "los otros").
Y un largo etcétera, que, si me permitís, seguiré compartiendo con vosotras@s...