sábado, 17 de octubre de 2015

Y, de repente, nada.

Últimamente te pienso mucho.

Y siempre en masculino. No sé por qué, pero te imagino niño. 

Ahora tendrías cuatro años.

Por el motivo que sea, no era tu momento.
 
Llegaste a mi interior cuando más te necesitaba, no sabes lo deseado que eras. Estuviste tan poquito tiempo ahí que no pudiste llegar a sentirlo. 

Algunas veces, cuando miro a tu "hermana" (¿puedo llamarla así? En el fondo compartisteis el mismo útero...), imagino cómo serías. Qué carita tendrías, de qué color sería tu sonrisa. 
¿Te habrías parecido a ella? 

El hecho de perderte antes de tiempo cambió mi forma de ver la vida y, sobre todo, la maternidad. Sentir que estabas dentro de mí fue lo más bonito del mundo, aunque solo fueran siete semanas.

Cuando eres el recipiente donde se forja una vida, todo lo demás carece de importancia. 

Algunos dicen que en solo siete semanas no eres "vida". No voy a entrar en ese debate, porque desconozco realidades científicas. Lo único que sé es que yo sí sentí que eras una vida. Sentí que transformabas la mía. Y cuando te noté salir de mi interior, tan tajante, tan rápido, tan doloroso... También sentí que algo de mí se iba. 
Acabó el dolor físico inmenso que precedió a tu partida, y empezó el emocional. 

El vacío. 

La nada.

Eras todo y de repente, nada.

Vacía era, en ese instante, mi mejor definición. 

Me había sentido plena, como nunca antes. Importante, imprescindible, única. 

Y, de repente, nada. 

Te lloré mares, durante todas las horas posibles. 

Te hablé, te nombré, te hice real. 
¿Por qué todo el mundo se empeñaba en restarte importancia? 
"Son cosas que pasan", decían. "A muchísimas mujeres les pasa, es normal." Y yo solo acertaba a pensar "por qué a mí".
No es normal, es habitual, cosa bien distinta. 
No puede ser normal que una vida termine antes de empezar. 
No puede ser que le restemos importancia a una pérdida por el hecho de repetirse demasiado a menudo.

También la culpa, esa vieja amiga, hizo acto de presencia en tu despedida. Cómo no. 
Nunca sabré qué hizo que te fueras sin tan siquiera haber llegado. 

Tu pérdida marcó, después, mi siguiente embarazo. El miedo a volver a perderla, el pánico atroz en cada ecografía, el terror al vacío... 

Papi cree que te fuiste para luego volver en forma de la niña preciosa que ahora tengo en mis brazos. 
Que no sois dos, que fuiste ella, pero no era el momento, que volviste después, cuando tocaba. 
Tal vez. ¿Por qué no? 

Me gustaría decirte que olvidé el dolor, pero no quiero negarte. 
Existías, fuiste real, por muy poquito tiempo, pero real. 

Y cada 14 de noviembre, casi sin ser del todo consciente, vuelvo a sentir el vacío. El momento exacto de tu adiós, la pantalla sin ti, el dolor. 

La nada. 


viernes, 14 de agosto de 2015

Una vez tuve un novio violento

Yo una vez tuve un novio violento. 

El día que me contó que había abofeteado a la mujer de su padre, supe que algún día me pegaría. Jamás me puso la mano encima, pero tampoco hizo falta. Sus constantes humillaciones se clavaban en mi pecho, como la peor de las patadas. 
"A dónde crees que vas, con lo gorda que estás."
"No sé qué pretendes, con lo poco que cobras en esa mierda de trabajo."
 "Ni se te ocurra comprarte nada, tú crees que yo trabajo para que tú despilfarres".
"No pienso hacer nada en casa, no es mi labor".
"Qué es eso de tener amigos". 
"Tus amigas son unas guarras". 

Para qué seguir. Todas sabéis de qué hablo. 

Yo era joven y creía a pies juntillas eso de que el amor duele. Pensándolo ahora, no sé bien por qué lo creía. Supongo que los pocos recuerdos que tenía de mi propio padre ayudaban. 
A mi alrededor, la mujer siempre sufría. El hombre siempre se salía con la suya. El hombre es más fuerte, el hombre es más listo, el hombre es más trabajador. La mujer DEPENDE del hombre. Económica, emocionalmente. 
Grabado a fuego sin ser siquiera consciente. 
Nadie se esforzó nunca en comentarme siquiera que eso podía ser falso. Tampoco pregunté. Como no preguntaba por qué salía el sol cada mañana. Era así, y ya. 
Estuve 5 años con ese novio. El amor duele, me decía a mí misma. Y seguía a su lado, porque YO iba a salvarle. Yo iba a cambiarle. En nombre del amor. Ese amor que duele, pero acaba bien. 
Por suerte, fui creciendo (emocionalmente) y, aunque seguía pensando que eso "era así y punto", al menos supe que YO no lo quería para mí. Un día me pregunté si quería estar así toda la vida, o ser feliz sola. Elegí ser feliz. Sola. Compartiendo habitación pasada la veintena. Pero sin sufrir. 
Pensé que lloraría ese desamor siempre, que me convertiría en mártir. Pensé que él volvería arrastrándose cuando "se diera cuenta de lo que había perdido".
Obviamente, no fue así. Nunca más supe de él. Solo espero que haya evolucionado también, no por él, sino por las mujeres que "caigan" rendidas a su mirada azul. 
Ojalá ellas sepan hacerse valer. 
Ojalá él haya entendido, con los años, que ninguna mujer es de su propiedad. 

Y si no, ojalá esté solo. 
Para que no haya una más. 

Ahora que sé qué es realmente el amor, puedo decir bien alto: QUE NO TE ENGAÑEN. EL AMOR NO DUELE. 
Y SI DUELE, HUYE. NO ES AMOR.





sábado, 11 de julio de 2015

Vamos a sonreír por encima de sus gritos

Quiero vivir en un mundo de abrazos. De caricias por encima de la mesa. 

Un mundo de palabras dulces, de miradas infinitas. De sonrisas sinceras, de hablar bajito. 

Un mundo donde nadie molesta a nadie, donde cada uno se preocupa de ser mejor que él mismo, mirando al otro solo para aprender. 

Un mundo sin odio, sin insultos, sin castigos. Donde el amor sea el aire a respirar. 

Vamos a hacer ese mundo, pequeña, que nadie nos diga que no podemos. 

Vamos a sonreír por encima de sus gritos. 

Vamos a abrazarnos hasta el infinito. 

Vamos a mirar afuera para saber qué no necesitamos. Para copiar lo que nos nutre, huir de lo que nos mina.

Vamos a dar los buenos días, las buenas noches, las gracias y los perdón. 

Vamos a tratarnos bien, a nosotras mismas, obviamente, pero sobre todo a los que no saben que se puede. Ellos son quienes más lo necesitan. Aprendieron a vivir en el grito, en el insulto, en el maltrato, en el dolor.
Yo tampoco sé por qué siguieron en él una vez descubrieron que dolía. No sé por qué no abrieron los ojos, no sé por qué no se plantearon que su mundo también podía cambiarse. 
El caso es que no lo hicieron, y repiten el modelo una y otra vez, perpetuando el caos, el dolor, las vidas rotas. 

¿Podemos ayudarles? Yo también me lo pregunto. Y creo que la respuesta es no. 

Por mucha voluntad que pongas, mi vida, nadie podrá ser ayudado si no quiere. No podrás abrir los ojos a quien los cierra a cal y canto. Porque el parpadeo es un acto voluntario, al contrario de lo que siempre se creyó. Cada uno decide cuándo abrir los ojos, cuándo volver a cerrarlos, cuándo dejar de mirar. 

Por eso podemos centrarnos en que nuestro mundo sea como nosotras queremos. 

Tengo la esperanza de que, aunque de forma fortuita, en uno de esos "abrir de ojos" sepan vernos, empaparse de nuestra felicidad, de nuestra armonía, e intuyan, al menos, que desde aquí es más fácil ser feliz.

Que prueben el poder de la sonrisa, para que les cambie su brillo. 

Que huelan nuestra libertad, para así librarse de sus cadenas. 

Que quieran ser tan felices que les cueste asimilar.

Que se miren a los ojos, que abracen el sufrimiento, que dialoguen, que acaricien sus heridas, que vivan sin tapujos. 

Hay quien nos llama ilusos, fantasiosos, hasta utópicos. No veas en esas palabras ánimo de ofensa. Me gusta escucharlas, acéptalas tú también de buen grado. 

Fíjate que sin la ilusión, la fantasía o la utopía no podríamos perseguir ningún sueño. 

Y nuestro mundo está lleno de ellos. 

Sueña, pequeña.

Sonríe, baila, canta, abraza, acaricia hasta con las palabras. 

Vive. 


jueves, 18 de junio de 2015

A mí lo que me gusta es beberme la vida a sorbitos

A mí lo que me gusta es beberme la vida a sorbitos. Despacitosintiendo su sabor.


Siempre he hecho las cosas despacio, sin aspavientos, para desesperación de mi abuelita, que rápido me etiquetó de “vaga”. 


Recuerdo el camino de vuelta a casa desde el instituto: una hora para un trayecto de diez minutos. Me detenía en cada paso, mirando a mi alrededor. Naturaleza, niños jugando en el parque, el día a día de un supermercado. Cualquier excusa era buena para pararme y observar. Supongo que empezaba a descubrir la vida, la de verdad, la de fuera de casa. 


La etiqueta de perezosa me acompañará siempre, tanto me la creí que toda la vida actué en consecuencia. Pero, ahora que miro de lejos, no encuentro otra forma de pasar por la vida que no sea bien despacito. 


Para admirarla, vivirla de verdad, aprender de ella. 


Por eso permito que te deleites con el paso lento de una hormiguita, la aventura de un escalón, o buscando por allí arriba, de dónde viene el pío pío de esos pajaritos. Siempre que puedo (perdóname, mi vida, algunas veces la esclavitud del tiempo nos lo impide) nos detenemos en cada paso, porque tú así lo pides, porque yo disfruto viéndome en ti. 


Pocas veces preguntas eso de “¿qué viene ahora?”, pero cuando tu lógica impaciencia infantil asoma,  siempre te digo “disfruta este momento, este helado, este paseo en coche, este lo que sea, el resto ya llegará”. Nos perdemos tantos momentos ansiando los siguientes… 


Los adultos siempre  estamos esperando que llegue algo.


Vivimos un día a día angustioso en un trabajo que nos aburre esperando las vacaciones. 


Maldecimos nuestra mala suerte, esperando que nos toque la lotería (y no siempre jugamos). 


Miramos desde el sofá cómo unos cuantos políticos se ríen de nosotros, ahora ya sin esconderse siquiera, esperando que ellos solitos se vayan. 


Esperamos que un príncipe azul nos rescate, que un cazatalentos nos saque de la ruina, que la vida nos dé un giro inesperado, que termine ese trabajo que nos satura, tranquilos, que en treinta años me jubilo… 


Esperamos para vivir. Pero mientras, no vivimos. 


Siempre con un ojo puesto en lo que va a pasar, en cuentas atrás, en deseos por cumplir. 


Por desgracia, cariño, la vida no es eterna. Se acaba. A veces, sin avisar. Cuántos deseos se quedaron por el camino… Cuántos sueños esperando a ser cumplidos… 


Tienes razón, mami no es el mejor ejemplo, mami sigue estancada en un trabajo que no le llena, esperando, también, no sé qué. Mami espera ansiosa los fines de semana, las vacaciones, los ratitos de libertad. 


Pero, al menos, vivo intensamente todos esos momentos que me dan vida: 


Ese helado a medias. 


Sentir cómo rompen las olas en nuestros pies. 


La intensidad de un te quiero.


El cosquilleo de una caricia.


Cantar a gritos nuestra canción. 


La última página del libro. 


Las siestas con la ventana abierta.


El abrazo largo. 


La suavidad de tus besos. 


Tus tres segundos de más de mirada fija mientras te canto. 


El agua de la ducha caliente bajando por la tripa. 


Caminar de la mano.


Reír a carcajadas.


Ese baile. 


Tirarnos por el suelo, ser tu tobogán. 


Los pies descalzos en la arena.


El sube y baja de tu pecho mientras duermes plácidamente.


Tu sonrisa al despertar. 


Y así, podría seguir eternamente, porque en un día caben millones de momentos únicos. 

Pero lo dejo ya, me conformo con que entiendas a qué me refiero cuando te digo “disfruta este momento”


Vive, mi niña, no sea que esperando… se nos vaya la vida. 



 

miércoles, 27 de mayo de 2015

Párate y respira


Ay, mi chica, quiero darte fuerzas. 

Dicen que el origen de un adulto íntegro, seguro de sí mismo y con recursos, está en una infancia feliz. Voy a seguir luchando, cada uno de mis días, por que así sea. 


¿Conseguiré, con ello, que nunca tengas problemas? ¡Ni lo sueñes! Solo pretendo que no haya problema con la suficiente fuerza como para hundirte. Míralos siempre de frente, no huyas, no los relegues. Plántales cara con un “yo puedo”. Acéptalos, de nada sirve negarlos, y estudia el modo de acabar con ellos. Una vez haya pasado la tormenta, reflexiona, recapacita, busca el aprendizaje. Créeme, siempre lo hay.


Serán esos aprendizajes, vida mía, los que te harán avanzar. 


Puede que alguno de esos problemas te parezca insalvable, difícil de saltar. Recuerda entonces eso que siempre dice mami: “esto también pasará”. Porque todo pasa, mi niña, por muy imposible que parezca cuando te encuentras en el centro del huracán, todo pasa. 


Relativiza. Mira a tu alrededor, compárate, ¿por qué no? Compara ese problema aparentemente  insalvable con el hambre en el tercer mundo, la pobreza demasiado cercana del barrio del que procedemos, el cáncer recién estrenado de la vecina del piso de arriba, mamá de tu amiguito. 

“Mal de muchos…”, pensarás. Pero no. No es de tontos. Pararse a tomar conciencia de las barbaries de nuestro tiempo nos ayudará a valorar como merece la inmensa fortuna de tener salud, ese helado con el que te relames, el iPad que te presto con demasiada facilidad, y hasta un hotel por vacaciones. 


No digo que tus problemas sean poco, digo que es necesario mirar la vida como lo que es: un camino asfaltado (si vives en esta parte del mundo). No le añadas obstáculos, deslízate por él, disfruta del paisaje. 


Vive y dejarás vivir, porque cada segundo que pases sin sonreír nos roba un poco de vida. A ti, a mí, y a todos aquellos que te amamos. 


Cuando sientas que ese problema te supera, párate y respiraSé consciente de la suerte que tienes: el oxígeno entra sin miedo por tu cuerpo. Respiras. Estás viva. 


Mira a tu alrededor. Tienes lugar donde cobijarte, un abrazo en el que perderte. Cierra los ojos, y sigue viviendo.




miércoles, 8 de abril de 2015

Me completas


Sí, hay momentos en que metería la cabeza en la tierra, hasta que terminaran. Bien profundo, que nadie me viera, que no pudiera oír nada a mi alrededor, que se parara mi tiempo, pero siguiera el mundo. Como una de esas atracciones de feria que giran en un bucle infinito. Las mismas caras, el mismo paisaje, una y otra vez, el mismo ruido. Bajar de la rueda y volver a subir cuando haya pasado la tormenta. Como si nada. El mundo siguió girando. 

Hoy tengo una reunión en otra ciudad. He salido de casa a las seis, y, si no hay imprevistos, volveré a las 23h. Y estaré todo el día pensando en ti. 
No en cuánto me "realiza" esa reunión. No en todo lo que vamos a solucionar en esa cita "ineludible". 
Estaré pensando en cómo habrás despertado, en si preguntaste por mí. En cómo te quedas en el cole, en cómo va tu día, qué carita pondrás cuando no te recoja mami. Tu baño, tu cena, tu "buenas noches, te quiero" que no me darás a mí, el cuento que no voy a explicarte.

Es un día. "Solo un día", se apresuran a recordarme. Pero no entienden que un día sin ti es asfixia. Es vacío. Me faltas. 

Se supone que el cordón que nos unía se cortó en la sala de partos, pero yo sigo sintiéndote parte de mi cuerpo. Sigues siendo un trozo de mí, aunque cada vez más grande, más independiente, más tú. 
Y por eso me siento poco si no estás. Me siento manca, me siento coja, a medio gas. 
Por eso recobro las ganas, la fuerza, la sonrisa, cuando me reencuentro con tu abrazo. Es volver a ser una, volver a ser yo. Todo en orden, todo en su sitio, todo a punto.
Y por eso, tampoco importa demasiado si nos separamos seis horas o tres días, porque siempre me faltas, desde el minuto uno de la separación. 

No digo que siempre duela, porque aprendí a vivir con ello, porque te haces mayor y necesitas (pides) tu espacio. Doler, duele cuando se alarga en el tiempo. El resto es, simplemente, un agujero en el pecho con el que me acostumbré a vivir. 
Se llena en cuanto te tengo al lado, se vacía cuando nos alejamos. 

El día que naciste, justo en el momento en que oí tu llanto por primera vez, ya sentí que yo ya no era yo tal como había sido hasta ese momento. Recuerdo el pensamiento que cruzó mi mente: "ya. Ahora sí soy yo." Jamás me había sentido tan plena. Suelo decir que llegaste para llenar mi vida, lo que muchos tachan de mentira o exageración. Hoy he intentado explicarte con palabras (escritas, para hacerlas perpetuas) cuánta verdad se esconde en esa frase. 

Hoy hace 1243 días que tuve ese pensamiento. Y todos y cada uno de esos días he sentido lo mismo: yo soy yo porque estás tú. Me completas. Somos una, mi pequeña. Me duele tu llanto, me calma tu bienestar. 

Eso no significa, no me malinterpretes, mi niña, que vaya a impedir tu vuelo. Por supuesto que volaras un día, y ese hueco quedara en mí, pero seré feliz por haberte dado las alas. 

Solo espero haber sabido enseñarte el camino. 




lunes, 6 de abril de 2015

Desde mi cueva

Dice Carolina Cerezuela, presentadora de televisión y esposa de deportista de élite, que ha decidido "quedarse en la cueva a cuidar de sus crías". 
La felicito, por varias razones. 
La primera, porque puede permitírselo económicamente. 
La segunda, por haberlo dicho en voz alta, en un mundo machista en el que decir algo así puede suponer cavar su propia tumba. 

Igual que ella, yo también lo decidí, pero en mi caso era simplemente una utopía: económicamente inviable. Aún así, no he dejado de repetir, a quien me quiera escuchar, que mi sitio es estar con mi hija, que a mí lo que me hace sentir realizada es ser madre. Que es mi única ambición. 

Es un deseo por cumplir, un sueño inalcanzable, y me llueven críticas por todos lados. 
Que qué "maruja", que cómo voy a permitir ser una "mantenida", que qué machista, que me arrepentiré, que "se necesita salir y ser algo más que madre"... Y un largo etc. 
Estoy segura de que quien me lo dice lo siente de veras, que ellas (sí, casualmente todo son mujeres) sí necesitan un ascenso, un grupo de adultos donde hablar de temas "adultos", una salida nocturna, una cena de empresa. Yo no. No lo necesitaba, evidentemente, cuando me arrancaron literalmente a mi niña del pecho, aún no había cumplido los cinco meses. Y NO lo necesito ahora, tres años más tarde. 
¿No lo necesitaré nunca? Supongo que sí, que llegará un momento en que la naturaleza me invite a buscar satisfacciones complementarias. Pero ahora, no. 

¿Y si hubiera cumplido mi sueño? ¿Y si me hubiera podido permitir "quedarme en la cueva"? Pues si hubiese estado tres años "fuera del mercado laboral", ahora me sería increíblemente difícil encontrar un sitio donde no me miraran por encima del hombro. Donde entendieran que fue una decisión natural, que no soy menos trabajadora por ello, que todo son etapas, que querer ser madre de forma CONSCIENTE no significa que voy a faltar cada vez que mi niña tosa, o que no van a poder contar conmigo si surge un imprevisto, o que no voy a implicarme, que no voy a ser "productiva". 

Lo veo cada día. Mujer trabajadora, bien considerada en su empresa, se queda embarazada... Caras largas en los jefes. "Se acabó", se atreven a decir algunos. Como si fuera una consecuencia irremediable: mujer buena trabajadora se convierte en mala cuando es madre. Causa-efecto demoledor. 

(Ojo que también veo situaciones que me ponen los pelos de punta en algunas madres trabajadoras... "Aprovechar" su situación de madre para no cumplir cuando toca, o incluso "amenazar" con pedir reducción de jornada por guarda legal cuando algo no gusta, como si fuera un arma arrojadiza en lugar de un derecho del menor. 
Que no sé si son estas situaciones las que han contribuido a la "mala imagen" de la madre trabajadora, pero desde luego, ayudan más bien poco.) 

He soñado ser Carolina Cerezuela, quedarme en mi cueva, poder tener más crías y cuidarlas como manda la naturaleza. Sin más preocupaciones que pañales, teta, gateo. 
Sin más conversaciones que "qué poco duerme", "qué rápido se hace mayor", "mira cómo sonríe".
Sin más remuneración que sonrisas al despertar, carcajadas a media tarde y muchos tequiero antes de dormir. 
No he dejado de sonreír en mi sueño. No había sombras. Por fin me sentía realizada. 

¿Se encontrará Carolina con esas críticas? ¿Ser famosa le libra de ser juzgada o todo lo contrario? En cualquier caso, si me pongo en su lugar... Desde la tranquilidad de mi cueva, encajaría mucho mejor cualquier insulto. 



lunes, 23 de marzo de 2015

Si llueve, que llueva

36 vueltas al sol... ¡Y cómo va cambiando el prisma!

He dejado de decir que sí por no contrariar. Ya no estoy de acuerdo con cualquiera solo por evitar su disgusto. 

También he cerrado mi círculo de conveniencia hasta límites insospechados. Tan cerrado que a veces creo que entraré solo yo. 
Selectiva a tope, cada vez me da más pereza escuchar voces lejanas. Que yo ya estoy muy bien como estoy, que no me vengan con cuentos, que ya estoy segura de mí (y lo que me ha costado), que lo estés tú de ti, que cada palo aguante su vela.

Miro con más ternura a los yayos que a los adolescentes, sintiéndome irremediablemente más cerca de los primeros que de los segundos.

Soy feliz rodeada de los míos, que cada vez son menos, y cada vez más míos.

Todo el tiempo que antes perdía en contentar a los demás ahora lo aprovecho para admirar lo que me gusta, recrearme en las pequeñas cosas, disfrutar de lo que antes ni llamaba mi atención. 

La sonrisa de un niño. 
El sol intentando hacerse ver entre las nubes. 
Las hojas de un árbol cayendo al suelo, creando una alfombra de colores. 
El chapoteo en el baño. 
La nieve a lo lejos. 
Saltar en los charcos. 
Saborear ese chocolate sin remordimientos.
Cada vez menos tele, cada vez más libros.
Tres segundos más en ese abrazo que para el mundo.
Canturrear bajo la ducha, aunque sea "Suéltalo", y en compañía.
Pisar la arena con los pies descalzos.
Tirarme por un tobogán gritando, sin tener en cuenta qué piensa quien mira.
Largos paseos recogiendo piedras que a sus ojos son diamantes.
Ensuciarme de pintura, meter las manos en ella.
Darle otra utilidad a la harina, la que sea, como sea, sin pensar en el aspirador.
Esa última página del libro, cerrar capítulo quedando un vacío, echar de menos a sus personajes. Fin de la historia.

Podría seguir eternamente... Porque estas 36 vueltas al sol han servido para mucho. Me hago mayor, de eso no hay duda. Con su parte negativa, que no consigo aceptar del todo: arrugas, canas, cansancio, pérdida de memoria... Pero con una parte positiva que lo inunda todo. 

Supongo que de eso se trata. Dar valor a lo que importa. A lo que te importa. A ti. 
Al final, cada uno da sus vueltas al sol, para qué esa obsesión por que sean las mismas rutas. 

Como dice el vídeo que os regalo a continuación... "Tanto preocuparse, y la gente seguirá enamorándose..."

"Si llueve, que llueva" 



jueves, 26 de febrero de 2015

Y tú... ¿Te perdonas?

Relativizar. 

Ser consciente de que no eres súper héroe. Ni súper mujer, ni súper madre, ni súper amiga, ni siquiera súper trabajadora. 

Y quizá lo más importante, NO pretender serlo. 

Llegas hasta donde llegas, eres humana.

Relativizas. 

Si a algo no llego, que no sea lo más importante.

Puede que esa sea la clave, tener claro qué es lo más importante. 

Una vez lo sabes, priorizas. 

Y ahí, algo quedará en el camino, pero... eres humana. 

Sabrán entenderlo. 

Y tú... ¿Te perdonas? 


jueves, 29 de enero de 2015

De infancias rotas y toma de decisiones

Yo también fui niña. Aunque jamás tuve un sueño. No me dio tiempo a soñar. 

Fui niña sin padre, con madre enferma. Sin ninguno de los dos a los 13. 
O sea, crecí, a la fuerza, sin un referente. Tan solo una abuela siempre triste y rencorosa (enviudó a los 42, sobrevivió a dos hijos... No seré yo quien la culpe, por supuesto que no).
Una tía muy cercana a la que no le apetecía cuidar de sus propios hijos (aún menos de sobrinos). 
Una hermana siete años mayor que nunca supo gestionar el dolor por la ausencia paterna ni asimilar las verdades que solo ella conocía. 
Un hermano, once meses menor, que decidió crear un mundo paralelo. Intentó encajar en todas las tribus urbanas del momento, ahora sé que en busca de ese grupo de referencia que faltaba en casa. 
Nunca encontró su sitio. Me consta que lo sigue buscando, entre mentira y mentira, entre falsas historias de amor eterno... Acumulando rencores, deudas, soledades. 

En esas crecí, sin plantearme jamás que la vida pudiera ser de otro modo. Alguna vez sí envidié, lo recuerdo, tener una familia normal, de las de domingos en el parque y agostos en la costa. Pero asimilé que nunca la tendría, y seguí mi ruta. 
Pude refugiarme en la "mala vida", tan asquerosamente común en el barrio de las afueras en el que crecí. Pude buscar también yo ese grupo de referencia en quien me ofrecía colocón a cambio de olvido. 
Pero no lo hice. Jamás probé una droga. Y jamás he sentido, siquiera, la más mínima tentación, o curiosidad. Sabía que era malo, con eso tenía suficiente. Mi exagerado sentido de la responsabilidad (no sé si innato o adquirido de forma obligatoria, pero siempre presente) hizo el resto. 

Me refugié, eso sí, en los libros.
Leía encerrada en mi cuarto, en aquella casa de gritos, tristeza y apuros. Recreaba historias, me empapaba de otras vidas, volaba. 
Gané concursos literarios en la escuela, fui nombrada "responsable de la biblioteca", escribí, escribí, escribí. 
Me regalaron un diario siendo muy joven, creo que por la Primera Comunión. Pregunté y me dijeron que ahí debía escribir las cosas buenas y malas que hacía cada día. Aquello me aburría, y decidí dar rienda suelta a mi mente, plasmar en aquellas páginas, libres de juicios y sanciones, las emociones que bullían, que se atropellaban; los pensamientos que ni yo misma entendía. 
Esa fue, con total seguridad, mi tabla de salvación. Mi PNL de estar por casa. El único motivo por el que no me volví (del todo) loca. 

Nunca fui una niña normal, ni siquiera una adolescente normal. Pero al menos enderecé mi cabeza, y mi vida. 

Quizá por eso haya decidido ser MADRE CONSCIENTE Y MUY PRESENTE. Quienes hemos sufrido carencia afectiva en la infancia sabemos, de primera mano, lo imprescindible del amor incondicional. Sobre todo, cuando el mundo se te queda grande, cuando nada encaja. Es entonces cuando ese amor hace de guía, de cobijo, de bastón. 

Quizá por eso, también, me enojo cuando escucho ese tan común "Cayó en la droga (sustituible por cualquier otra conducta desadaptativa) es normal, con la infancia que tuvo...". NO, señoras y señores. La vida entera es decisión de cada uno. Los sucesos son los que son, pero tú decides cómo afrontarlos, cómo gestionar la emoción que suscitan. Yo me equivoqué mil veces, me dejé tratar mal, pensando que el no-amor era lo "lógico", me arrepentí de palabras dichas y de lágrimas tragadas. Pero todo, todo, fue mi decisión. También decidí aprender de los errores, levantarme aunque no supiera para qué; seguir adelante, aunque no tuviera destino. 

Quizá por eso, también, me siento tan  afortunada por mi vida actual. Tanto, que no dudo ni un segundo en asegurar que volvería una y mil veces a pasar por todo ello si el premio es lo que tengo ahora. 

Quizá por todo aquello, me duele el alma si veo un padre o una madre que ignora conscientemente a su hijo. Sé qué siente el hijo, o qué puede sentir, porque al fin y al cabo mi falta de apego fue inevitable, no premeditada. 

Cuando me dicen "no vas a poder quitártela de los brazos jamás", "se va a enmadrar", "te va a necesitar para todo", solo pienso... ¡Qué suerte tiene mi niña!

Sé que, salvo casos enfermizos, todo padre ama a su hijo por encima de todo, de eso no me cabe duda. 
Demuéstraselo. 
Díselo. Mil veces al día si es necesario. 
Abrázale fuerte, que sienta el calor. 
No le ignores jamás, necesita saber que estás, en el más amplio sentido de la palabra. 
Mírale a los ojos, háblale de sentimientos, haz que confíe en ti. Confía tú en él. 
Respétale como merece, no sabes qué imprescindible es el ejemplo. 
Se trata, nada más, de AMAR en mayúsculas, sin miedos, sin tapujos, sin barreras. 

Ni siquiera es un consejo... Es una súplica. 


viernes, 9 de enero de 2015

Ya han decidido por mí

Sí, a mí también me gustaría ser la mejor en lo mío. 
Pero resulta que "lo mío" no es por lo que me pagan.

"Lo mío" es ser madre. 

Pues sí, quizá me gustaría ser bimadre. 

Pero para ello tendría que dejar aquello por lo que me pagan. 

O dejarme el sueldo en guardería. 

O dejar sin su vida a un familiar. 

La paradoja está clara... Si lo dejo, no tendré dinero para subsistir, no podré dar a esos dos hijos lo necesario. Y si no lo dejo, no podré ser madre consciente y presente, que es la única forma en que yo concibo ser madre. 

Así pues, ya han decidido por mí. 

Por mucho que mi instinto últimamente me desgarre. 

Por mucho que sueñe con ver a mi hija convertida en hermana mayor. 

Por mucho que necesite el olor a bebé de nuevo. 

Por mucho que se me ponga la piel de gallina de nostalgia, todavía, cada vez que veo una embarazada.

Por muy grande que sea la certeza de que esta segunda vez me equivocaría menos, o lo seguiría haciendo, pero con menos drama.

Por mucho que pueda asegurar que, esta vez sí, estaría convencida de mis decisiones.

Por mucho que llore en silencio, sabiendo que me arrepentiré cuando sea tarde. 

Por mucho que sienta, piense, llore o dude. 

Ya han decidido por mí. 

P.d. Y, como siempre, escucho el consejo no solicitado. Ese de "no seas tonta, quédate embarazada, de todo se sale". Y no lo dudo, pero, ¿a costa de qué? ¿Cuál es el precio a pagar?